Nadie duda de aquella afirmación que asegura que tener un hijo nos cambia la vida. Y es que pocas cosas hay más ciertas que ésta. Cuando se tiene descendencia, el sentido de la responsabilidad crece exponencialmente en el ser humano y las cosas adquieren un cariz diferente, que incluso podríamos no habernos imaginado. Ser padre o madre no es nada fácil, pero todavía es menos fácil conseguir adaptarse a una situación que supone un cambio tan grande para una pareja.
El entorno adquiere entonces una importancia sublime. Todo aquello que nos rodea nos condiciona, y nos hace más fácil (o más difícil, en ocasiones) conseguir nuestras metas, nuestras ilusiones y hallar la felicidad al lado de quien más queremos. Por tanto, cuando ampliamos la familia con la llegada de un nuevo miembro, conviene analizar si este entorno es el adecuado y si no resultaría mejor un cambio.
El entorno está conformado por un maremágnum de cuestiones, pero sin embargo me centraré en una que a buen seguro es una de las que más preocupan y agobian a los padres: el tema de la vivienda. Muchos de estos padres, sobretodo si se trata de parejas primerizas, se agobian al quedarse su casa pequeña ante la llegada de una prole que hace necesario convivir en un espacio más amplio y adecuado.
Fue lo que les ocurrió a mi hermano y mi cuñada. Cuando se casaron, hace cuatro años, optaron por irse a vivir a un céntrico piso de nuestra localidad natal. Era un piso en el que ambos podían convivir perfectamente: sesenta metros cuadrados, una habitación, un salón, una cocina y un baño. Necesitaban poco más que aquello, en realidad. Sin embargo, hace dos años y medio ella quedó embarazada, y ambos comenzaron a preocuparse por el futuro.
Necesitaban una casa más grande y amplia, con al menos tres habitaciones, dos cuartos de baño, cocina, salón, garaje y patio. También querían que la vivienda no se situara en un barrio céntrico, puesto que los constantes ruidos de los coches les serían perjudiciales a toda la familia y a las afueras había más posibilidades de vivir cerca de zonas verdes y con aire más puro. De esta manera el niño que estaba en camino crecería en un lugar mejor, con más espacio en el que desenvolverse y en el entorno más agradable.
Pero, ¿de qué manera podrían encontrar un lugar así? Después de hablar del tema con algunos amigos, dieron con la tecla adecuada. Les hablaron de una página web llamada www.azulhogar.com, en la que ellos mismos podían realizar una búsqueda del inmueble teniendo en cuenta las condiciones que les eran preferibles, como el número de dormitorios, la superficie mínima o el precio máximo que estaban dispuestos a pagar. Dieron con el lugar ideal, una casa que cumplía muchos de esos requisitos y en la que pensaron que podrían no solo cuidar del hijo que venía en camino, sino de todos aquellos que tuvieran durante los años siguientes. La vivienda era una inversión de futuro clara y una oportunidad que no podían dejar escapar.
Durante los primeros meses de vida de mi sobrino tuvieron que convivir en el piso, y lo pasaron realmente mal porque los ruidos de la calle despertaban al bebé y porque, al comunicarse el salón y la cocina con el dormitorio, era difícil mantener el silencio necesario para asegurar el descanso de la criatura. Estaban deseosos de marcharse a vivir a la casa nueva.
No se equivocaban
En la actualidad, los tres viven ya en la casa y son conscientes de las ventajas que implicó el cambio. Mi sobrino tiene año y medio y ya está aprendiendo a andar. Lo puede hacer de manera libre y sin estar hacinado en sesenta metros cuadrados. Sus padres están felices porque saben que su hijo es mucho más feliz y se siente mucho más cómodo ahí de lo que se hubiera sentido si no hubieran empezado a moverse para buscar una nueva vivienda. Desde que terminaron la mudanza, los tres duermen mejor y disfrutan de un espacio mayor para moverse, algo que para un niño que está en crecimiento resulta importante.