Las escenas familiares más tiernas, en multitud de ocasiones, suelen estar protagonizadas por el binomio abuelo-nieto. Los abuelos, durante la infancia de los nietos, se disfrazan de superhéroes para colaborar en todo lo que sea necesario para el correcto crecimiento de sus nietos: les recogen en la escuela, les dan de comer, les visten, les llevan al parque e incluso proporcionan una ayuda económica balsámica cuando nosotros, los padres, no atravesamos un buen momento monetario.
Por eso no solo es importante, sino que también es justo, que tanto nosotros como nuestros hijos nos acordemos de los abuelos y de lo importantes que son para mantener a la familia unida y feliz. Visitarles es algo que a ellos les alegra sobremanera, por lo que nuestra obligación es proporcionarles esa compañía de manera regular, sin importar si siguen viviendo en su propia casa o en alguna residencia.
Mi familia tiene todo ello en cuenta. Mi mujer y yo tenemos dos hijos, Carlos y Roberto, de nueve y siete años respectivamente. Aunque somos una familia joven, ellos apenas han tenido tiempo de conocer a dos de sus abuelos, los padres de mi mujer, ya que los míos murieron hace más de una década. Por desgracia, mis suegros, que contribuyeron de manera encomiable a la educación y crecimiento de sus nietos, habían sufrido varias caídas graves en su domicilio, algo que les había dejado secuelas físicas y que hacía que el hecho de seguir viviendo solos en su casa resultara muy peligroso.
Después de aquellos sustos, a mi mujer y a mí nos parecía conveniente que se trasladaran a vivir a una residencia donde permanecieran cuidados durante las veinticuatro horas del día. Nosotros nos quedaríamos más tranquilos y, aunque ya no sería en su casa, seguiríamos viéndoles con frecuencia para que sus nietos no perdieran ni un ápice de la relación que mantienen con ellos.
Empezamos a informarnos acerca de residencias en las que pudiésemos confiar para trasladar a mis suegros. Queríamos lo mejor para ellos, que estuviesen perfectamente cuidados y que gozaran de cuantas comodidades fuera posible. Una tarde descubrimos la página web www.sanvital.es, que era la de una residencia de ancianos en Madrid. Leímos que en dicha residencia no solamente se encargarían del cuidado de los mayores sino que se ofrecían servicios formativos para los ancianos mantuvieran la mente abierta y en constante funcionamiento, cuestión muy importante para evitar males como el Alzheimer.
Ser feliz siempre es posible
Finalmente, tomamos la decisión de que se trasladasen a aquella residencia. Al principio estábamos muy preocupados porque no sabíamos cómo iban a encajar allí, con nuevos compañeros y con los profesionales encargados de su seguridad y comodidad. Tampoco sabíamos cómo iban a reaccionar nuestros hijos, que aunque entendían que sus abuelos no podían seguir viviendo solos, se mostraban tristes y preocupados.
No obstante, el cambio resultó ser una maniobra completamente acertada. Desde el momento en el que acudimos a ver a los abuelos por vez primera, nos dimos cuenta de que no solo estaban bien atendidos, sino que además sonreían y se mostraban muy animados. Nos comentaron que en la residencia estaban perfectamente, que tenían su propia libertad y que para cualquier problema había siempre alguien disponible para ayudarles. Ver así a los abuelos hizo que se dibujaran sendas sonrisas en las caras de sus nietos, a los que sin duda les tranquilizaba que estuvieran bien y contentos. Gracias a todo ello, la relación entre ellos siguió siendo la misma de siempre: una relación de amor y confianza mutuos.
La moraleja de toda esta historia es simple: nunca hay que tener temores a la hora de trasladar a nuestros mayores a una residencia. Nunca debemos olvidar asegurarnos de que en la residencia a la que los trasladamos van a recibir los mejores tratos por parte de un personal cualificado, pero una vez sabido esto hay que ser conscientes de que hay ancianos que no pueden vivir solos, expuestos a cualquier problema y sin ser capaces de valerse por sí mismos.
Para acabar, permitidme una segunda moraleja: mantened a vuestros hijos siempre cerca de los abuelos. Esto insuflará un aire descomunal a la vida de los mayores.